30.1.12

Los religiosos y las religiosas en la iglesia y en el mundo


En un tiempo y en un mundo en que está al alcance de la mano el riesgo de construir al hombre en una sola dimensión, que inevitablemente acaba por ser la historicista e inmanentista, los religiosos están llamados a tener vivo el valor y el sentido de la oración adorante, no desconectada, sino unida al compromiso vivo de un generoso servicio prestado a los hombres, que precisamente de ella trae posibilidades e impulso. (cf., Juan Pablo II, Discurso a los Superiores Generales, 1979).


Los religiosos y las religiosas
en la iglesia y en el mundo

+Ángel Rubio Castro - Obispo de Segovia      
lunes, 30 de enero de 2012
revistaecclesia.com

La vida consagrada no es algo caduco, pasado, superado, vestigio de una Iglesia en extinción. Hay una valiente expresión de su vitalidad actual: su disponibilidad misionera. Nunca como en estos años ha habido tantas fundaciones, precisamente en momentos agravados por la dificultad numérica que sufren los institutos de vida consagrada.

Los religiosos y religiosas representan en la Iglesia un estado de vida que se remonta a los primeros siglos de su historia y que ha dado siempre, una y otra vez, abundantes y sabrosos frutos de santidad, de incisivo testimonio cristiano, de apostolado eficaz, e incluso de aportación notable a la formación de un rico patrimonio de cultura y civilización en el ámbito de las diversas familias religiosas.
La Iglesia, que es el rostro visible de Cristo en el tiempo, acoge y nutre en su propio seno órdenes e institutos de estilo tan diverso, para que todos juntos contribuyan a revelar la rica naturaleza y el dinamismo polivalente del Verbo de Dios encarnado y de la misma comunidad de los creyentes en El.
Pero hay otro motivo sobre todo que justifica y exige el estado de vida de los religiosos. En un tiempo y en un mundo en que está al alcance de la mano el riesgo de construir al hombre en una sola dimensión, que inevitablemente acaba por ser la historicista e inmanentista, los religiosos están llamados a tener vivo el valor y el sentido de la oración adorante, no desconectada, sino unida al compromiso vivo de un generoso servicio prestado a los hombres, que precisamente de ella trae posibilidades e impulso. (cf., Juan Pablo II, Discurso a los Superiores Generales, 1979).
Siendo los religiosos, como sabemos, parte viva y entrañable de la Iglesia, no cabría siquiera plantear el problema de si están interesados o no por el bien del mundo. Lo están tanto como lo está la Iglesia. ¡Ay del mundo, si faltara el estado religioso! No; no son los religiosos personas "desentendidas" o "inútiles", son, por el contrario, beneméritos de la humanidad. Lo son, sin duda, los religiosos de vida activa, gastando sus fuerzas y la vida misma en enseñar al que no sabe, en buscar la oveja descarriada, en asistir al enfermo... Pero lo son, no menos, los que se escondieron a las miradas del mundo, profundizando en las entrañas de Cristo, donde encontraron y abrazaron a todos los redimidos por Cristo. Los religiosos, al mismo tiempo que son una perla de la Iglesia, prestan a todos los hombres generosos servicios de toda índole.
En la Iglesia que es como el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de la vida de Dios, la vida consagrada aparece como un signo particular del misterio de la Redención. Seguir e imitar a Cristo “desde más cerca”, manifestar “más claramente” su anonadamiento, es encontrarse “más profundamente” presente, en el corazón de Cristo, con sus contemporáneos. Porque los que siguen este camino “más estrecho” estimulan con su ejemplo a sus hermanos; les dan este testimonio admirable de “que sin el espíritu de las bienaventuranzas no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios” (cf., Catecismo de la Iglesia Católica, n. 932).
Sea público este testimonio, como en el estado religioso, o más discreto, o incluso secreto, la venida de Cristo es siempre para todos los consagrados el origen y la meta de su vida. El Vaticano II afirma: “El Pueblo de Dios, en efecto, no tiene aquí una ciudad permanente, sino que busca la futura. Por eso el estado religioso [...] manifiesta también mucho mejor a todos los creyentes los bienes del cielo, ya presentes en este mundo. También da testimonio de la vida nueva y eterna adquirida por la redención de Cristo y anuncia ya la resurrección futura y la gloria del Reino de los cielos”.
El mejor regalo para la Iglesia al servicio del evangelio seria contar con religiosos y religiosas testigos de Dios Padre, Dios Madre, Dios amigo y  Dios Amor. Un Dios que sufre y llora en la carne de todos los que sufren y lloran. Cualquiera que sea su edad, ya estén jubilados o en activo, los religiosos y religiosas son testigos de la misericordia y de la ternura de Dios hacía todo ser humano. La vida consagrada tiene mucho futuro por delante.

                

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