Queridos
Cohermanos, Hermanas, Asociados y Amigos:
En
nombre de la Congregación del Santísimo Redentor les deseo a todos ustedes una
muy santa y feliz Navidad.
Al
celebrar el nacimiento de Jesús, contemplamos el misterio de la Encarnación de
la Palabra de Dios. El nacimiento de
todo niño es un signo de esperanza, un signo de que Dios sigue creyendo en
nosotros. Al celebrar el nacimiento del Hijo de Dios,
nos regocijamos porque Dios es el Emmanuel, Dios con nosotros, uno más de
nuestra humanidad.
Los
Documentos Finales del XXIV Capítulo General nos invitan a todos a tomar una
mayor conciencia de nuestra solidaridad misionera.
Esta solidaridad misionera, que viene claramente expresada en nuestras
Constituciones, se fundamenta en la solidaridad
del Dios-con-nosotros, que es el corazón de la Encarnación. Solidaridad con los abandonados y con los pobres, solidaridad
en la misión, solidaridad económica, “cercanía a la gente”, es el reflejo de
que todo absolutamente lo abarca la inicial
solidaridad de Dios-con-nosotros, que celebramos en la Navidad, especialmente
con el nacimiento de Jesús, Hijo de Dios e
Hijo de María.
Los
congregados saben bien que sólo a la luz del misterio del Verbo encarnado se
esclarece realmente el misterio del hombre y el sentido
auténtico de su vocación integral. De este modo hacen presente en toda su
plenitud la obra de la redención, testificando que
todo el que sigue a Cristo, hombre perfecto, se hace más humano (Constitución
redentorista 19).
Que
al celebrar este año la Navidad, el Espíritu de Jesús nos introduzca más
hondamente en el misterio de nuestra humanidad de
modo que también nosotros podamos crecer en nuestra solidaridad misionera –
mutuamente entre nosotros y con toda la gente.
Que,
al igual que María, nuestra Madre del Perpetuo Socorro, guardemos y meditemos
en nuestro corazón el tesoro de este misterio.
"...si queremos hablar de
“educación” y “educadores” en general, tenemos que tratar de descubrir algunas
claves comunes, que influyen de una u otra manera en todas las culturas y que
definen nuestro mundo, un mundo en permanente evolución."
UNA
MIRADA EDUCATIVA
A NUESTRO MUNDO
Hay
muchos puntos de vista para acercarnos a nuestro mundo.
Nosotros queremos
acercarnos a él desde la perspectiva del educador cristiano. Nuestro modo de
amar la realidad es contribuir a transformarla según el Evangelio. Pero para
ello hemos de conocerla. Educamos en un mundo complejo, cambiante y rico en
desafíos, oportunidades y dificultades. Al contemplarlo, percibimos en él
diversas tendencias y procesos a los que vamos a tratar de acercarnos desde
nuestra vocación educadora, sobre todo porque deseamos definir bien desde qué
perspectiva nos situamos y cómo podemos y debemos tratar de responder.
Estas
tendencias y procesos provocan, sin duda, oportunidades y desafíos. Debemos
atrevernos a entrar en ellos, aunque no sea el objetivo de este documento
realizar un exhaustivo análisis de lo que ocurre en nuestras sociedades.Pero sin una lectura básica de lo que sucede,
sin un mapa o una brújula, no es posible que nos situemos bien. Vivimos tiempos
“líquidos” en los que podemos movernos con confusión si carecemos de un análisis
sereno de nuestra realidad. Saber “qué pasa” y “dónde estamos” nos aporta la
“tabla de surf” con la cual podremos movernos con más claridad en el mundo que
nos ha tocado vivir.
Tenemos
que reconocer que hablar de la “cultura mundial de hoy” resulta muy
pretencioso, pues hay muchas culturas particulares. Las hay, incluso, que se
resisten al cambio o a la influencia externa, por lo que tratan de conservar
fielmente todos sus contenidos, sin alterar. Sin embargo, si queremos hablar de
“educación” y “educadores” en general, tenemos que tratar de descubrir algunas
claves comunes, que influyen de una u otra manera en todas las culturas y que
definen nuestro mundo, un mundo en permanente evolución. Esta sería la
categoría central: el suelo se mueve, y se mueve mucho y en diversas
direcciones. Citemos algunas –seis- de las tendencias que percibimos y que
contribuyen a configurar este nuestro mundo plural y diverso.
Cambiante.
El cambio es la realidad más permanente de nuestro mundo, como ya advertía hace
casi 50 años el Concilio Vaticano II. Incluso lugares remotos de nuestro mundo
se ven afectados por los cambios tecnológicos, a los que siguen después los
cambios sociológicos, económicos e incluso políticos. Además hoy día no podemos
prever cómo será el mundo dentro de 20 o 10 años. Lo único de lo que podemos
estar ciertos es que será diferente del de hoy, tal y como ha puesto de
manifiesto, por ejemplo, la sorpresa general con la que se ha recibido el
profundo proceso de cambio que ha irrumpido en algunos países del mundo árabe.
Global.
Los medios de comunicación permiten la información instantánea sobre cualquier
acontecimiento que esté ocurriendo en cada lugar del mundo. Además las personas
viajan mucho más que en cualquier otra época de la historia, movidas a veces
precisamente por esa información global que reciben, y a veces forzada por las
circunstancias. En algunas partes del mundo (Europa, Norteamérica, Australia)
existe una mezcla de etnias y culturas que está transformando rápidamente el
perfil de la sociedad.
La
importancia de la persona. La aspiración a una realización personal plena está
profundamente enraizada en nuestra sociedad. Este es un gran valor desde el que
podemos y debemos trabajar. Como todos los valores, también tiene su riesgo, la
tendencia al individualismo que hace que la persona se mueva, ante todo, por
sus propios intereses. Esto puede ocurrir en lo que llamamos el mundo
occidental y también en lo que solemos conocer como “el sur”, normalmente
contemplado como “más comunitario”. Este individualismo puede existir a nivel
personal y también a nivel colectivo: los individuos se organizan para defender
los intereses de su grupo frente a los demás grupos en la misma sociedad, o los
de su país frente a los demás países.
La
comunicación. No hay duda de que la comunicación es una de las claves de
nuestro mundo. Podríamos decir que “Me comunico, luego existo”.Sin embargo, quizá también sea cierto que
nuestro mundo provoca una cierta “identidad impersonal”. La imagen del
supermercado puede representar bien nuestra realidad: uno puede entrar
libremente en él, obtener todo lo que quiera (si tiene una tarjeta de crédito
bien provista o dinero en especie), y salir sin haber hablado una simple
palabra con nadie. Otro ejemplo de esta realidad es el Internet: uno puede
acceder a todo tipo de información, realizar gran cantidad de gestiones
comerciales, etc. sin necesidad de tratar con nadie: basta con pulsar el
“ratón”. Uno consigue información sin apenas esfuerzo por encontrarla. Esto va
en contra de todas las culturas anteriores, en las que el contacto con personas
era esencial y enriquecedor. Incluso cuando la tecnología facilita encuentros
en “redes sociales” donde uno puede tener cientos de “amigos”, estas relaciones
en general son muy superficiales. Uno se relaciona con “iconos”, más que con
personas; e incluso los personajes pueden ser totalmente ficticios, imaginados.
El
riesgo de la agresividad. La consecuencia del individualismo es la agresión,
para apoderarse de los que tienen los demás. Esa agresión se ha manifestado de
muchos modos a lo largo de la historia: guerras de conquista, esclavitud,
colonialismo… Hoy se manifiesta de modos más sutiles, pero no menos insidiosos.
Hoy somos conscientes, además, del carácter agresivo de nuestro progreso frente
a la naturaleza, y empezamos a darnos cuenta de que este tipo de relación con
los demás y con el medio ambiente no puede mantenerse indefinidamente: si no lo
modificamos, podemos pagar las consecuencias (o quizás la factura sea tan alta
que no podamos) en un futuro más o menos cercano.
Ser
y tener. El hombre se diferenció de los animales en el momento en que comenzó a
actuar movido por la razón y no por los instintos. Poco a poco empezó a
descubrir el mundo de los valores, de la estética, del espíritu, de las
relaciones que lo hacen mejor, más humano. Sin embargo el hombre se encuentra
hoy día ante un mundo en el que el consumismo se abre camino como un último
objetivo: hay que poseer muchas cosas para ser feliz. Los medios para conseguir
la felicidad importan más que una seria reflexión sobre la felicidad misma.
Rodeado de tantos prodigios técnicos, la persona puede olvidarse de que hay
algo más que lo que se puede comprar por dinero, y que, en definitiva, nuestro
ser humano consiste en desarrollar cada vez más nuestra dimensión espiritual,
con los valores que le son anejos, en lugar de quedarnos en lo simplemente
material. Pero el corazón del hombre, dotado del don de la fraternidad, provoca
también dinámicas de solidaridad, de conciencia de humanidad, de voluntariado,
que son los mejor de nuestra sociedad.
Nuestras
Instituciones y todas las personas que trabajamos en ellas para llevar adelante
una educación capaz de ofrecer horizontes a nuestros jóvenes y esperanza a
nuestras sociedades, todos, debemos ser capaces de entender cómo es el mundo en
el que vivimos, trabajar para discernir sus procesos y priorizar una dinámica
que nos haga capaces de dos fortalezas decisivas:
a) comprender lo que ocurre y lo que
vendrá, en actitud de permanente formación y crecimiento.
b)impulsar nuestra labor educativa al
servicio de esta realidad, como es, para dotarla de instrumentos de cambio y
evolución hacia los valores en los que creemos y que dan sentido a nuestra
existencia y a nuestro trabajo.
Para
la reflexión
1.¿Qué otras tendencias sociales
destacarías en nuestro mundo, teniendo en cuenta la perspectiva del educador?
Tratemos de “completar el cuadro”.
2. ¿Qué necesitan nuestras Instituciones
para crecer en capacidad de comprensión de nuestro mundo y para que la
educación que ofrezcamos sea realmente influyente en las personas a las que nos
dedicamos?
3. ¿Cuáles son las principales fortalezas y debilidades que tenemos y que debemos
cuidar para crecer en nuestra capacidad de servicio educativo?
4.
¿En qué aspectos debemos insistir más en relación con la formación de los
educadores para responder a este mundo tan cambiante, tan plural y tan
complejo?
1.
«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con
Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se
cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja
plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un
camino que dura toda la vida
La
necesidad de la fe ayer, hoy y siempre
2.-
Profesar la fe en la Trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo -equivale a creer
en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de
los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el
misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que
guía a la Iglesia a través de os siglos en la espera del retorno glorioso del
Señor.
3.-
Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las
consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo
tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida
común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso
con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un
tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de
la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en
vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta
a muchas personas.
No
podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5,
13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la
necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él
y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).
4.-
Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios,
transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como
sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). Creer en Jesucristo
es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
Vigencia
y valor del Concilio Vaticano II
5-
Las enseñanzas del Concilio Vaticano II, según las palabras del beato Juan
Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera
apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y
normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. [...] Siento
más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la
Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido
una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo
también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos
meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos
guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más
una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».
La
renovación de la Iglesia es cuestión de fe
6.
La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por
la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos
están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el
Señor Jesús nos dejó.
7.-
En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y
renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de
su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a
los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf.
Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida.
La
fe crece creyendo
8.
«Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena
nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por
los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la
tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de
cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio
del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es
necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva
evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el
entusiasmo de comunicar la fe.
9.-
La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se
recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos,
porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo:
en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la
invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma
san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo».
Profesar,
celebrar y testimoniar la fe públicamente
10.-
Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y
reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo
creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.
11.-
El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es
decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos
lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque
es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se
cree.
12.-
No podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no
reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último
y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un
auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que
conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva
inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre.
La
utilidad del Catecismo de la Iglesia Católica
13.
Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden
encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e
indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.
14.-
Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso
unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe,
sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia
Católica.
15.-
En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el
desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A
través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría,
sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe,
de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está
presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y
los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la
gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la
enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se
pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.
16.
Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un
verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan
por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto
cultural.
17.-
Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de
acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con
la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para
vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a
creer y evangelizar.
18.-
La fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que
provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de
las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la
Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera
ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos
distintos, tienden a la verdad.
Recorrer
y reactualizar la historia de la fe
19.
A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra
fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el
pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los
hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las
comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en
cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar
la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.
20.-
Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y
completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y
todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del
sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la
victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en
el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con
nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su
resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan
plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de
nuestra historia de salvación.
No
hay fe sin caridad, no hay caridad sin fe
21.-.
El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el
testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la
esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co
13, 13). Con palabras aún más fuertes -que siempre atañen a los cristianos-, el
apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene
fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una
hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les
dice: "Id en paz, abrigaos y saciaos", pero no les da lo necesario
para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras,
está muerta por dentro. Pero alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras,
muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la
fe"» (St 2, 14-18).
22.-
La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento
constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de
modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos
dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el
primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque
precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe
podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado
es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las
maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los
tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un
signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.
Lo
que el mundo necesita son testigos de la fe
23.-
Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los
que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces
de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida
verdadera, ésa que no tiene fin.
24.-
«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que
este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor,
pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un
amor auténtico y duradero.
25.-
Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe:
«Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas
diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que,
aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en
la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo
todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante,
alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1,
6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el
sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son
probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran
escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten
comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo
(cf.Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la
fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con
firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura
confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del
maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia,
permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.