Decir persona significa decir ser autónomo, único e irrepetible, dotado de razón, y a la vez, ser-con los demás, o sea, en definitiva, ser-en-relación. La persona lleva en sí misma un impulso existencial hacia sus semejantes. “Ser” es un nudo de necesidades, pulsiones, tendencias, deseos y aspiraciones, que forman un conjunto orgánico, articulado y dinámico, fundamental para la vida de cada uno. E. Mounier dice: “La persona se expresa, a través del movimiento que la hace existir, de manera que es comunicable por naturaleza, y es la única realidad que lo es (...). Cuando la comunicación se frena o se corrompe, yo me pierdo profundamente a mí mismo”
EL ARTE DE CONSTRUIR RELACIONES MÁS HUMANAS
Stefania Tassotti
vidareligiosa.es
No siempre nos damos cuenta, pero el centro en torno al cual gira toda la existencia humana está en la capacidad de relacionarse y de comunicar. Las relaciones humanas son el centro de todo. La esencia última de todas las ansias humanas acaba manifestándose como un problema de relaciones: con los padres, con los hijos, con los compañeros de trabajo, con los amigos, con el partner, con los vecinos y conciudadanos, con los hermanos y hermanas, con las diversas culturas, grupos étnicos, etc.
Relacionarse es la gran y única finalidad de la vida del ser humano: confrontarse, vivir en sociedad, colaborar, construir amistades, amores, conocer gente; todo está condicionado por la potencialidad y la capacidad de relacionarse.
Nuestra reflexión parte de un dato de hecho. La vida de relación ocupa, en nuestros días, el centro del ideal de la Iglesia, que es pensada y vivida, cada vez más, como misterio de comunión y de misión, como relación de Dios, como fraternidad. Y, como consecuencia, también las familias religiosas se ven invadidas por una profunda nostalgia de comunidad.